lunes, 11 de febrero de 2019

EFEMÉRIDES | Los ingleses anuncian su retiro de las Islas Malvinas | 11 de Febrero de 1774.

Las Islas Malvinas, fueron usurpadas en sendas oportunidades desde su descubrimiento en 1520 por parte de la expedición de Magallanes, habrían pasado a estar ocupadas por Franceses en 1764 y las llamaron Malouines, al año llegaron los ingleses, pero más tarde serían desalojados en 1770 por los españoles.

No obstante se quedaron en el territorio unos 4 años, manteniendo tomado Puerto Egmont, hasta que precisamente el 11 de febrero en que los británicos dan comunicado a España que se retirarían definitivamente de Malvinas, llevándolo a los hechos para mayo de ese mismo año.

Entonces se crearía la Comandancia de las Islas Malvinas que pasaría a depender del Virreinato, y a su vez en los sucesivos años el gobierno de España iría designando distintas autoridades en las islas hasta el año 1810.

jueves, 7 de febrero de 2019

Spinoza: la firmeza del filósofo marginado.

Las ideas de Spinoza le granjearon el odio de las autoridades judías de su época.

La vida de Baruch Spinoza es una de las más tristes en la historia de la filosofía. Un hombre que fue perseguido y marginado –por unos y otros–, que tuvo que dejar de lado la que era su auténtica vocación, la filosofía, para dedicarse a la labor de pulidor de lentes para poder sobrevivir. Tuvo la soledad y la enfermedad como compañeras durante buena parte de su vida, y todo ello por un único pecado: atreverse a pensar por sí mismo.

Sin embargo, la historia a veces hace justicia, y el filósofo holandés Spinoza es considerado hoy una de las grandes mentes de su generación, así como uno de los más grandes racionalistas que han existido, junto al francés René Descartes y al alemán Gottfried Leibniz. Esta es su historia.

Emigrantes constantes


Baruch Spinoza nació en Ámsterdam, Países Bajos, en 1632. Pertenecía a una familia de judíos sefardíes originarios de Espinosa de los Monteros, en la provincia española de Burgos. Los Espinosa (que era su apellido original) huyeron de España con la llegada de la Inquisición y las persecuciones a los judíos para trasladarse a Portugal. Pero no tardaron en ponerse en marcha las mismas políticas hacia los judíos en el país luso, de modo que huyeron, de nuevo, hacia los Países Bajos, más tolerantes al respecto.

" Hoy se considera a Spinoza uno de los más grandes racionalistas que han existido "

No fueron los únicos. Del mismo modo que los sefardíes abandonaron la península ibérica, los judíos askenazíes habían abandonado en la edad media Europa Central, donde habían sido brutalmente reprimidos. Estos askenazíes llegaron masivamente a Ámsterdam; allí, unidos con los sefardíes, terminarían por formar una importante comunidad en la ciudad. Dentro de esa comunidad el joven Baruch comienza sus estudios, principalmente centrados en las doctrinas del Talmud y la lengua hebrea, para más tarde dedicarse al comercio y la teología.
Spinoza pronto destacó no sólo por su inteligencia, sino por su curiosidad y rebeldía, y pronto empezó a leer y estudiar por su cuenta a aquellos filósofos y pensadores que estaban fuera de las enseñanzas de la comunidad. Pasaron por sus manos obras de Cicerón, de Séneca, de Lucrecio, de Hobbes, de Descartes, de Giordano Bruno… Y él mismo fue consciente de que eso podría ocasionarle problemas.
La comunidad judía de Ámsterdam estaba compuesta en su mayor parte por askenazíes, que tenían una visión mucho más ortodoxa, hermética y rígida que los sefardíes. Huelga decir que el joven Baruch no encajaba precisamente con ese código, de modo que buscó salidas. Además de los filósofos citados, entró en contacto con un grupo denominado‘colegiantes, cristianos protestantes liberales de origen neerlandés.

Retrato de Baruch Spinoza de 1666.

Por respeto a la figura de su padre, Spinoza mantuvo la mayoría de sus ideas dentro de su cabeza, pero con la muerte de su progenitor, en 1656, dio rienda suelta a las mismas… y eso marcaría un punto de inflexión en su vida. Perseguido por las autoridades judías, fue acusado de herejía, marginado y excomulgado por criticar las Sagradas Escrituras. Se prohibió a amigos y familiares visitarle, hablarle y acogerle en sus casas. Se le impidió dedicarse a la actividad comercial de su familia y sufrió un intento de asesinato por un fanático religioso. Finalmente fue expulsado de la misma ciudad.
Marginado y sin nadie a quien acudir, Spinoza se trasladó a un suburbio a las afueras de Ámsterdam y, lejos de desdecirse, continuó con su labor filosófica a jornada parcial, mientras se ganaba la vida como pulidor de lentes para instrumentos ópticos. Vivía frugalmente y en soledad, si bien contaba con el apoyo de algunos amigos, la mayoría cristianos protestantes. Uno de los más importantes y que le ayudaría económicamente fue Jan de Witt, jefe de la oposición liberal frente al gobierno de los Orange y principal adalid de la tolerancia religiosa en los Países Bajos.
Mantuvo durante aquellos años su relación con los colegiantes al tiempo que contactaba con grupos menonitas (rama pacifista y trinitaria del cristianismo anabaptista, protestante, y cuya norma establece la “libertad religiosa para todos los hombres para vivir la fe de su elección o ninguna”) y mantenía una enorme correspondencia con intelectuales del continente, al tiempo que se dedicaba a trabajar en sus primeras obras: Breve tratado de Dios, el hombre y su felicidad, y parte de La reforma del entendimiento, que algunos consideran un primer esbozo de lo que más tarde sería su Tratado teológico-político.

Las obras que le hicieron pasar a la historia


Hacia 1660, Spinoza vuelve a mudarse, en este caso a la localidad de Rijnsburg, en las cercanías de Leyden, donde escribe las dos únicas obras que publicaría en vida bajo su nombre: por un lado, Pensamientos metafísicos, y por otro, Principios de la filosofía de Descartes. Ambas serían editadas en 1663.

" En vida sólo publicó con su nombre dos obras: Pensamientos metafísicos y Principios de la filosofía de Descartes "

Es en esos años cuando también comienza a trabajar en la que será su gran obra, una de las que le haría pasar a la historia como uno de los grandes filósofos de todos los tiempos: Ética demostrada según el orden geométrico. Este libro, como decimos su obra más famosa y valorada, le llevaría casi 14 años de trabajo y es considerada uno de los mejores exponentes de la filosofía racionalista. Está escrita siguiendo la forma de exposición de los libros de matemáticas, con axiomas, definiciones, proposiciones con demostraciones y corolarios, acordes con la búsqueda de la exactitud y perfección del racionalismo.
Su estancia en Rijnsburg no durará más que tres años, pues pronto vuelve a hacer las maletas, trasladándose en este caso a Voorburg, en las cercanías de La Haya, ciudad esta última a donde se mudaría en 1670 y en la que residiría hasta su muerte.
Ya en La Haya publica, de forma anónima, su otra gran obra, Tratado teológico-político. Este libro cayó como una auténtica bomba, provocando enormes críticas y polémicas entre detractores y seguidores. Tanto fue así que Spinoza tomó la decisión de no volver a publicar nada en su vida, dejando ordenado que todas sus demás obras vieran la luz únicamente tras su muerte. Mucho tuvo que ver en esta decisión el asesinato de su gran protector y amigo Jan de Witt, en 1674, así como la prohibición del libro. No obstante, algunos de sus siguientes trabajos sí gozaron de cierta circulación entre amigos y admiradores.
En esos años tuvo un cierto reconocimiento como filósofo, pues se le llegó a ofrecer la cátedra de Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Fiel a su estilo, Baruch la rechaza. El motivo vino a ser el de siempre, pues aunque se le aseguró que tendría plena libertad para ejercer su trabajo, también se le solicitaba que no criticara la religión públicamente establecida. Spinoza prefirió renunciar al que podría haber sido su trabajo soñado antes que renunciar a su libertad e ideas.
No tuvo tiempo para mucho más. Minado por la tuberculosis, enfermedad que sufrió durante buena parte de su vida, moriría el 21 de febrero de 1677, a los 44 años. Se dice que un año antes recibió la visita de otro de los grandes racionalistas de su tiempo, Gottfried Leibniz, si bien este nunca reconoció tal viaje.

El legado de Spinoza


A su muerte, sus amigos decidieron cumplir el deseo que había solicitado en vida: ver publicadas sus obras cuando ya nadie pudiera atacarle y juzgarle por sus teorías. De este modo, se reunieron todos sus trabajos inéditos, así como su voluminosa correspondencia, en un mismo tomo: Obra póstuma. Tristemente, corrió la misma suerte que sus anteriores escritos: en 1690 fue introducido dentro del índice de libros prohibidos del Vaticano.

" Su vida representa la coherencia, la defensa y la convicción de las propias ideas "

Tras ello, el nombre de Baruch Spinoza pasó completamente inadvertido dentro del mundo de la filosofía durante más de un siglo, y no sería hasta el XIX cuando los intelectuales y pensadores alemanes recuperaran su figura, reivindicándolo como padre del pensamiento moderno. Su vida, marcada por la persecución –de su familia y religión primero, a manos de las autoridades cristianas de la península ibérica, y después de él mismo, por sus desviaciones frente al pensamiento ortodoxo de las comunidades judías en los Países Bajos– representa como pocas veces antes la coherencia, la defensa y la convicción de las propias ideas, a pesar del clima que le tocó vivir. Pese a las críticas y los castigos, Spinoza no reculó, alejándose paulatinamente de todos aquellos que querían obligarle a pensar de un modo que no compartía. Sufrió marginación y privaciones, pero se negó en todo momento a retractarse de sus palabras y de su confianza en la razón, pese a que tomó las medidas oportunas para no perder la vida por ellas.
Es, junto a René Descartes y Gottfried Leibniz, uno de los más grandes filósofos racionalistas que ha dado la historia y uno de los filósofos más influyentes. Su visión de las emociones en el mundo de la ética ha cobrado gran relieve recientemente, así como su defensa de la libertad individual y de pensamiento.

domingo, 3 de febrero de 2019

Crónica de una ejecución | Por Roberto Arlt.

He visto morir

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“… de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…”. 
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte. “…Artículo número… ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…”
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno. “…Estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…”. Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia. “… Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…”

Habla el Reo

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. 
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse. Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
Publicado originalmente en su famosa sección “Aguafuertes Porteñas” del diario “El Mundo” el 7 de febrero de 1931.