Dentro de nuestra dieta, el 95% de los alimentos que consumimos
proviene del suelo, que implica acciones variadas para impedir la
destrucción y enfermedades de los cultivos, como por ejemplo,
controlar malezas, plagas e insectos, con lo que el agricultor recurre a
algunos herbicidas, como el Roundap, que entre sus compuestos,
contienen un activo llamado glifosato.
El glifosato consiste en
una molécula pequeña y que se combina con otras sustancias -como los
tensioactivos- para mejorar su eficiencia, ya que disuelta en agua y
otros componentes aumentan su solubilidad y se puede emplear para rociar
los cultivos.
Pero tras largos e intensivos años de uso, el
glifosato aparece como el gran sospechoso de un espectro de patologías y
cuadros muy variados, que afectan a la población mundial, gracias a su
masificación e ingestión en la alimentación diaria.
OMS, glifosato y enfermedades
La Agencia Internacional para
la Investigación sobre el Cáncer (IARC) es una entidad especializada
dependiente de la OMS, que tras trabajar varios años en su
investigación, emitió un documento que reconoce que existen pruebas
convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de
laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en
humanos -evidencia obtenida a partir de agricultores- como el linfoma no
Hodgkin, donde las estadísticas de la American Cancer Society muestran un aumento del 80% desde principios de la década de 1970, época en hizo su aparición el glifosato en el mercado.
Ahora
el glifosato está recibiendo la atención que merece, tras varios años
de estudio sobre sus implicaciones en algunas afecciones intestinales.
En
el 2009, un grupo de investigadores buscaron anticuerpos contra el
gluten en el suero congelado obtenido entre los años 1948-1954 y los
compararon con muestras de personas de la época actual. Encontraron que
la incidencia de la enfermedad celíaca en la generación más joven se
había cuadruplicado.
Además, el número de personas que han sido
diagnosticadas con intolerancia al gluten y enfermedad celíaca ha ido
incrementando, coincidiendo con el aumento del uso de glifosato en la
agricultura, especialmente durante la década de los ochentas, donde se
incorporó como rutina la práctica de empapar granos en el herbicida
justo previo a la cosecha.
Si vamos a la epidemiología, no se
considera casualidad que en los pueblos agrícolas se hayan disparado los
casos de hipotiroidismo, el asma bronquial, los trastornos
reproductivos y las patologías oncológicas, produciendo una
transformación en las tasas de morbilidad y mortalidad en el mundo.
Explicación fisiopatológica
La explicación se basa en
observar como este difundido herbicida sea capaz de inhibir las enzimas
de la cadena del citocromo P450, un sistema involucrado en el
catabolismo de la vitamina A, la activación de la vitamina D3, la
síntesis de ácido biliar y el suministro adecuado de sulfato al
intestino.
Además, se ha demostrado que provoca déficit de
minerales como el hierro, además de oligoelementos como cobalto,
molibdeno, cobre y otros, ya que puede eliminarlos del organismo debido
a su capacidad quelante. También puede eliminar aminoácidos como el
triptófano, tirosina, metionina y selenometionina.
Estas y otras conclusiones fueron elaboradas fruto de un metaanálisis que incluyó a casi 300 estudios, publicado en la revista Journal
of Interdisciplinary, en el 2013, pero que en su momento casi no
recibió atención de los medios ni la comunidad científica (ver aquí).
Este
estudio ponía en evidencia que la intolerancia al gluten y la
enfermedad celíaca muestran síntomas sorprendentemente similares a los
de animales de laboratorio expuestos al glifosato, afectando el sistema
digestivo de los peces, al disminuir las enzimas y bacterias
intestinales, dañando los pliegues y las microvellosidades intestinales.
Aún,
pese a que la enfermedad celíaca, y, en general, la intolerancia al
gluten, se han transformado en un problema de proporciones a nivel
mundial, pero especialmente en países de América del Norte y Europa,
donde se estima que un 5% de personas están afectadas por estos cuadros.
Los defensores del glifosato
Mientras algunos sugieren que el
reciente incremento en la enfermedad celíaca se debe a la mejoría en
las herramientas diagnósticas de laboratorio, que se dio alrededor del
año 2000.
Por su parte Monsanto asegura que por su baja toxicidad,
el glifosato sería un herbicida empleado exitosamente en más de 140
países desde hace 30-40 años. Esta seguridad -argumenta- ha sido
ratificada por organismos internacionales como la EPA (Environmental Protection Agency de los Estados Unidos) y
por su inclusión en la Directiva 91/414/CE (Comunidad Europea), que
controla, dentro de otras actividades, los productos fitosanitarios de
esa región.
Afirman por medio de diferentes análisis que el
glifosato no presenta efectos nocivos sobre la fauna (mamíferos, aves),
microfauna, ni sobre la salud humana, ni tiene efectos adversos para el
ambiente, cuando es empleado correctamente para los fines previstos en
su etiqueta. No existen al momento, en Argentina o en el mundo, estudios
científicos serios que cuestionen o invaliden ninguno de los múltiples
estudios realizados sobre el glifosato, y que avalan sus características
y propiedades.
En el Informe publicado hace algunos años por la Reunión Conjunta FAO/OMS sobre Residuos de Plaguicidas (JMPR) se concluyó que:
“Es
poco probable que haya riesgo de que el glifosato sea carcinógeno para
los seres humanos, en una exposición a través de la dieta”.
Además, según muchos aducen el hecho que el glifosato ha venido a reemplazar a muchos herbicidas altamente tóxicos.
Pero
estas afirmaciones se basan en gran medida en estudios que han quedado
obsoletos y que ni siquiera han sido publicados, pues han sido pedidos y
financiados por las empresas de plaguicidas para apoyar el registro del
producto. Además, estas investigaciones han sido realizadas solamente
empleando el glifosato como ingrediente activo, y no con las fórmulas
del herbicida en los comercios, puesto que algunos hallazgos de
laboratorios independientes sobre mamíferos y células humanas han
encontrado que los adyuvantes químicos contenidos en ellas -como el
Polioxietil amina (POEA)- son aún más tóxicos que el herbicida en
cuestión.
Existen además conflictos económicos de gran envergadura
en la agroindustria, particularmente a raíz del cultivo de soja, que ha
visto un aumento considerable en los países del cono sur -entre ellos
la Argentina- donde actualmente representa más del 50% del total de su
producción agraria. Este cultivo proviene casi exclusivamente de
semillas transgénicas, las cuales están adaptadas y resiste la
aplicación del glifosato.